lunes, 13 de septiembre de 2010

13 de 13

Pocas palabras hay que decir o quizás habría que decirlas todas.

Mirando con perspectiva podemos estar satisfechos, aunque seguramente todo lo podríamos haber hecho mejor.

Lo que si es seguro es que no cambiaríamos lo que tenemos, nuestras vidas, por nada del mundo. Dos sonrisas que pueden acabar con todos los males del mundo.

Mientras que tu y ellos estéis siempre bien yo podré seguir respirando.

Gracias por todo lo que me has dado y por todo lo que aguantas cada día, que no es poco.

TQMV.

viernes, 10 de septiembre de 2010

El libro de las mil caras

Intento buscar en la memoria de los nombres olvidados y algunos se me escapan por los pelos, que tristeza no poder recordar.

Agonía indescriptible. Me niego a sucumbir ante el yugo del engaño, bastante tiempo dedico ya a seguir a este rebaño para dejar que el pastor guíe ya todos mis pasos. Tendré que dejar que alguna pisada parezca al menos fruto del azar.

Como me gustaría que cualquier cosa llegase a sorprenderme gratamente, como me gustaría.

Dormitando siempre en la premura de la vida, por no hacer nada ni siquiera tumbos doy.
Triste realidad que desemboca en letras vanas y sueños destrozados.

Una vez quise creer que era feliz. Debió de ser antes de aprender a hablar o quizás antes de nacer, ya no lo recuerdo.

"Capítulo 13, versículo 17"

jueves, 2 de septiembre de 2010

Labertinto de certidumbre

Me he vuelto a perder en el laberinto sin salida donde duermo atrapado.

Gracias a los versos llanos de Carlos Puebla que ahora mismo escucho puedo seguir mal viviendo en este instante y no caer en la pesadumbre de la que sólo salgo en los pequeños instantes en los que mastico hayo y bebo ayahuasca.

No se guiar al rebaño, mal pastor, mala persona. Nunca acertaré y esa sensación me infringe inmensa desesperanza e infinita tristeza.

Volveré a caer mil veces en la misma piedra, ese es mi destino y así debo acatarlo.

Menos mal que no estoy cuerdo porque entonces estaría totalmente jodido.

Viejo chamán que yace sentado en la antigua mecedora con la mirada perdida en aquellas tierras ocultas en las montañas que jamás volverá a pisar.

Mi único alivio sería no saber lo que podrá pasar mañana, la maldición de ser el último gran adivino.