lunes, 20 de diciembre de 2010

Una bala, un agujero

La serviré bien fría, esperaré el mejor momento. Si es necesario esperaré a que se alineen todos los planetas y estrellas del firmamento, tendré paciencia, pero que nadie ponga en duda que la venganza será recordada por la eternidad cuando en su mecedora repase los sucesos más relevantes de los grandes eventos registrados desde la oscuridad hasta el infinito resplandor de los confines de los inexistente.

Supongo que empezaré arrancándole las entrañas con un alfiler mojado en salfumán. Le desgarraré los ojos con anzuelos de ocho puntas y algunas otras cosas que no puedo contar.

Pero lo que es seguro es que colgaré su cabeza en la última rama del árbol de los traidores, en la cúspide del infortunio, ahora mismo eres mi prioridad absoluta.

El mundo nunca verá nada parecido y que nadie se lo quiera ni imaginar, te lo ganaste a pulso y con creces te será pagado.

Leoncio estás muerto, y en tu lápida sólo podrán escribir una "X" porque nadie te podrá reconocer. Todo lo creíste saber, pero lo que nunca vislumbraste es que por poco que yo sepa sabré que tu morirás en las manos del asceta, del ermitaño sombrío, del juglar del monte frío, del último bandolero que cruzó en Silencio los ríos.

Sin rencor, sólo venganza.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

La senda de la penumbra

En este puzzle faltan piezas, ya sabía yo que en algún sitio tenía que estar el truco.

Nos vendieron el Sol y nos regalaron la Luna, raro, muy raro.

Todo se vuelve muy extraño. Oigo el eco del silencio y me asusto en la madrugada, tengo frío, mucho frío. Respiro oscuridad y bebo las aguas del miedo, las siento heladas al morar en mis entrañas.

Y siempre, cuando todo está perdido y el barco hundido, la vida renace en la penumbra. La sangre brota en el desierto, la sal moja las heridas para que puedas sentir que no estás muerto, y la felicidad de la agonía, eterna compañera y alma gemela, ilumina mis días en la cabaña del descontento.

Invoco de nuevo a los mártires de la cueva del olvido, a los habitantes del pozo del destino, a los segadores de lodo y a los cosechadores de vainas vacías, para que antes de que se ponga el Sol por última vez renuncien a su infortunio y eleven su mirada por encima del horizonte.

Dies irae.