lunes, 9 de enero de 2012

Malara

Es mi deber hablar del maestro de la torpeza, torpe por caminar y no estarse sentando, sentado entre la maleza u oculto entre la verdad.

Cogió un pincel y pintó a un gato negro y viejuno que parecía un tonel. Debía de dibujar el día que se presenta, sin llamar ni siquiera a la puerta, pero algo tenía que pintar.

Barrió el desván con esmero, dejando todo cubierto del polvo de aquellos viejos recuerdos que aún sueña en el despertar, cuando las luces oscuras alumbran su divagar.

Limpió con esmeros la copas, donde ahogó la eterna derrota, para romperlas sin más contra el suelo de la alcoba donde descansa la paz.

Cruzó sin mirar la calle para beber de la fuente que inunda su despertar, y allí, en la otra acera, te vió sentando y sediento, orando al dios de los cuentos, soñando con pasear entre tierras de barbecho, ¡sólo un día sin arar!.

Y tu que todo lo haces, y que nada haces bien, eres cruel adversario de látigo del corsario y del señor de horca y cuchillo, que tienen hoy en su manos el triste destino final.

El hotel de la razón incomprendida

Se clava la palabra vida en mis entrañas al oírla salir de tu boca y eso duele, duele mucho, en este pecho deshecho por el odio y el rencor. En un alma que vaga malherida por los derroteros de la existencia la palabra vida no ayuda a morir.

Se me nubla la mirada al sentir lo sueños del comandante reflejados en tu mirada. Sueños que fueron más allá de la realidad, sueños que sobrepasaron el umbral de la muerte y que dormirán por siempre junto a mi almohada.

Me seduce el olor a tierra mojada. Me enamora la esencia de la hierba recién cortada,y que decir del sentir de las olas del mar rompiedo sobre mis pies.

Trinidad de infinita felicidad alojado en el hotel de la razón incomprendida. Si el número trece me da pequeñas suertes que necesito como el pez al agua. Si vuestras sonrisas son el único motor que puede mover mis torpes pasos por esta senda de hoyos y piedras, tendré que ser feliz, de alguna manera, tendré que serlo.

Mala suerte, la mía

Si la mala suerte existe, que opino que no, que sólo existe mi mala suerte, la meteré en una botella de ron y la tiraré a la mar.

Lanzaré una plegaria a los vientos de sur para que sea llevada a los confines del mundo donde el viejo pirata la espera desde hace siglos.

De todos es sabido que mala suerte más mala suerte igual a mejor suerte que la mía, y eso es al menos consuelo de tontos. Esa es la última esperanza del viejo lobo de mar, mejorar su suerte a costa de la del cansado barquero que ser arrodilló sin llorar porque acabó con todas las lágrimas del firmamento.

Eterna luz del silencio que en mi boca tomas vida.
Eterna luz del lamento que cubres hoy mis heridas.
Eterno penar incierto por las dunas del silencio.
Eterno caminar perdido a orillas del mar Muerto.

Y las sombras cobran vida en el paraje desierto donde hinco hoy mis rodillas ...