En estos días he confirmado lo que siempre pensé: la sonrisa de un niño es el motor que mueve el mundo. No hay ninguna otra cosa más sincera ni nada más real.
Condeno a muerte a todo aquel que borre la sonrisa de la cara de un niño en cualquier parte del mundo. Si es preciso yo mismo aplicaré la sentencia, mi mano no temblará.
Avisados estáis.
lunes, 8 de enero de 2007
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