viernes, 10 de octubre de 2008

Maldigo ...

Maldigo al ladrón de sueños que se rinde ante los deseos.

Maldigo a los cuervos que moran entre el cielo y las montañas.

Maldigo a la cicuta del silencio que sostiene el peso la vida.

Maldigo a los hombres de blanco que rien y cruzan los dedos.

Maldigo a las malas compañias que te venden cosas extraordinarias.

Maldigo a las benditas visitas que no traen un pan bajo el brazo.


Por todo y más, por tanto y tampoco, por poco y casi nada, maldigo a los señores que se lucran con la moneda del revés, abanderados de la tiranía de los miedos, pastores sin rebaño.

Podría citar a grandes maestros que vuelan entre cierzo y levante, podría citar a las nubes de antaño o contar cuentos inacabados, pero por amor y respeto a las cenizas de los tiempos pasados sólo mandaré el último reclamo de salvación que se cobija en mi mano: sentir cada chupito de tequila como si fuera el último, agarrar el cuello de la botella de cerveza fría con decisión, olvidar lo que antaño existió y lo que mañana podrá existir, mirar hacia el horizonte y pensar quién os mira desde allí, el viento y el Sol, las nubes y la Luna, las estrellas y la mar, y por un segundo dejar caer el alma hacia la nada.


Siempre os quedará algo que contar a los viejos del lugar, que un día a principios de otoño, al morir el Sol, vistéis pasear por el cielo, entre rojo y azafrán, al trovador de lamentos, dueño de todas las penas, en su caballo silencio, con su mirada llena de calma, con su semblante libre de miedos, con sus historias de nunca acabar, con una mano sobre las riendas y la otra apoyada en la pierna, con una manta de cuadros, con un sobrero tejano, con una bala en el pecho, riendo por haber vencido al Dios de los siniestros, de la manera más vil, con un millar de palabras sobre el nuevo porvenir.


Ya oigo cantar al gallo ...

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