miércoles, 15 de diciembre de 2010

La senda de la penumbra

En este puzzle faltan piezas, ya sabía yo que en algún sitio tenía que estar el truco.

Nos vendieron el Sol y nos regalaron la Luna, raro, muy raro.

Todo se vuelve muy extraño. Oigo el eco del silencio y me asusto en la madrugada, tengo frío, mucho frío. Respiro oscuridad y bebo las aguas del miedo, las siento heladas al morar en mis entrañas.

Y siempre, cuando todo está perdido y el barco hundido, la vida renace en la penumbra. La sangre brota en el desierto, la sal moja las heridas para que puedas sentir que no estás muerto, y la felicidad de la agonía, eterna compañera y alma gemela, ilumina mis días en la cabaña del descontento.

Invoco de nuevo a los mártires de la cueva del olvido, a los habitantes del pozo del destino, a los segadores de lodo y a los cosechadores de vainas vacías, para que antes de que se ponga el Sol por última vez renuncien a su infortunio y eleven su mirada por encima del horizonte.

Dies irae.

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