martes, 19 de enero de 2010

Lágrimas de Dios

Tengo el don de otorgar la inmortalidad a cualquier gota de lluvia que atraviese la mirada de la inocencia.

Se que puedo dictar sentencia ante cualquier pensamiento que cruce la vigilia del silencio en la que me veo envuelto.

Hoy, mejor que nunca, me doy cuenta del poder que se encierran en las estúpidas palabras, y por tanto imploro clemencia ante el río que muere en el mar, ante la urraca que posada sobre el olivo intenta marcar mi caminar. Me arrodillo ante ti, luz del alba, para que absuelvas todas mis faltas y me dejes partir hacia donde sólo tú y yo sabemos.

Vuelvo a levantar la cabeza para mirar al Sol y me doy otra vez con el jodido pico de la mesa que me lleva maltratando desde que apenas levantaba un metro del suelo.

Si esta es la gloria que deseáis para mi, ya la he alcanzado y superado con creces, deja de tener sentido el experimento, no habrá nuevos datos de interés.

Y fue Dios y le encomendó a la ira, y a su hermana la cólera, que mostrasen de lo que es capaz. Hoy Dios llora tras las estrellas por su eterno error que le llevará a vagar por siempre sin perdón, ya que no tiene que rendir cuentas ante nada ni nadie.

Sólo ruego que el silencio sea por siempre el mayor de los desprecios, y que alguien pueda percibirlo para que la ausencia de eco maneje las viejas heridas a su gusto.

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