lunes, 9 de enero de 2012

Malara

Es mi deber hablar del maestro de la torpeza, torpe por caminar y no estarse sentando, sentado entre la maleza u oculto entre la verdad.

Cogió un pincel y pintó a un gato negro y viejuno que parecía un tonel. Debía de dibujar el día que se presenta, sin llamar ni siquiera a la puerta, pero algo tenía que pintar.

Barrió el desván con esmero, dejando todo cubierto del polvo de aquellos viejos recuerdos que aún sueña en el despertar, cuando las luces oscuras alumbran su divagar.

Limpió con esmeros la copas, donde ahogó la eterna derrota, para romperlas sin más contra el suelo de la alcoba donde descansa la paz.

Cruzó sin mirar la calle para beber de la fuente que inunda su despertar, y allí, en la otra acera, te vió sentando y sediento, orando al dios de los cuentos, soñando con pasear entre tierras de barbecho, ¡sólo un día sin arar!.

Y tu que todo lo haces, y que nada haces bien, eres cruel adversario de látigo del corsario y del señor de horca y cuchillo, que tienen hoy en su manos el triste destino final.

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