Cuando aún los párpados de los mentirosos yacen cerrados, el viejo aventurero clava sus manos en la mesa del sufrimiento y comienza a relatar viejas leyendas perdidas ya en el olvido de tiempos hoy tan lejanos.
Oigo alzarse la luz y veo como el ruido se apodera de Amarga. Rutina, espiral de la locura que envuelve cada amanecer en la butaca olvidada del viejo teatro, vacío, donde represento cada mañana mis peores pesadillas.
Tengo morando en mi pecho el dolor del desprecio y el absurdo. Tengo anclada en mi vientre la daga de los siete hijos de la luz, que tras su última batalla, y una vez derrotado el maligno, la cubrieron de sal y la enterraron en el pozo del olvido.
Hoy, sin ir más lejos, hoy, porque no hay día más cerca, hoy me quemaré los ojos con las sucias necedades y llenaré de barro mis oídos con el eterno rumor de la corte de bufones.
Huele a mojado el silencio,
amargos saben tus labios,
rozo el suelo con los dedos,
pues el cielo está tan lejano
que en el hogar de los tuertos
el ciego siempre será el amo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario